Vivir después de la pérdida de un hijo: Un camino de fe

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Hay momentos en la vida que nos cambian para siempre. No son elegidos ni buscados, pero llegan sin aviso y nos obligan a detenernos, a repensarnos, a reconstruirnos desde lo más profundo. La muerte de un hijo es, sin duda, uno de esos momentos. Ocho años después de la partida de mi hijo Mauricio, sigo caminando, aprendiendo, cayendo y levantándome. Este artículo nace desde ese camino: no desde la superación, porque uno no supera una pérdida así, sino desde el aprendizaje constante de cómo vivir con ella.

 

Quiero compartir mi testimonio y mi proceso, no como una fórmula, sino como una posibilidad. Escribirlo me ayuda a honrar su memoria, y tal vez al leerlo, alguien más se sienta acompañado.

💡 3 reflexiones que encontrarás en este artículo:

Una mirada real y humana sobre el dolor profundo y lo que deja en nosotros.


✅ Cómo el amor, la fe y la familia se convierten en anclas en medio del vacío.


✅ Una invitación a transformar el dolor en motor de crecimiento y gratitud.

 

La vida cambia en un segundo

Nadie estamos preparado para perder a un hijo. Y aun así, sucede. Y cuando sucede, el mundo se parte en dos: el de antes y el de después. La vida cambia en un segundo, y con ella cambia todo lo que somos, lo que soñamos, lo que esperábamos del futuro.

 

El dolor es indescriptible. Pero lo que sí puedo describir es lo que ese dolor ha sembrado en mí: una forma distinta de ver la vida, una sensibilidad que antes no tenía, una conexión más profunda con lo esencial.

 

Un camino de reconstrucción, no de superación

No, no se supera. Se aprende a convivir con el dolor, con la ausencia, con el hueco. Se aprende a vivir distinto. A respirar más despacio. A llorar en silencio. A agradecer más. A no dar nada por sentado. A decir “te quiero” más seguido.

 

En estos ocho años he leído, he escrito, he orado. He buscado respuestas y también he aprendido a vivir sin tenerlas todas. He estudiado, me he formado, estoy en una constante reconstrucción. No por querer entender todo, sino por intentar darle sentido a una realidad que no lo tenía.

 

La fuerza de la familia y el respeto de los amigos

Si algo me ha sostenido, es mi núcleo familiar. Mi esposa y mi hija, gracias a Dios por permitirme tenerlas y el que se hayan convertido en mi motor principal.



Mis padres, ambos también ya fallecidos y a mis suegros, que sin haber vivido lo que me me tocó a mi vivir me doy cuenta que sus enseñanzas me formaron en la Fe y en la Esperanza que hoy tengo.



A mis suegros, mis segundos papás en donde han fortalecido aun mas en mi el valor de la familia.



A mi hermano y a mis cuñados, que aunque no nos veamos a diario, sabes que ahí están siempre.

 

Porque este camino se transita mejor acompañado. Porque hay días que uno no puede solo, y está bien decirlo.

 

Y que decir de los amigos. Los que respetan el silencio, los que no exigen sonrisas forzadas, los que simplemente están. He aprendido a valorar profundamente esas presencias que no juzgan, que no presionan, que no intentan “arreglar” lo que no se puede arreglar.

 

Transformar el dolor: fe, esperanza y propósito

La vida sigue. El mundo sigue girando. Y ahí estamos nosotros, tratando de encontrarle sentido a lo que parece no tenerlo. Lo que me ha sostenido es la fe. La convicción de que algún día volveré a ver a mi hijo. Que esta separación es solo temporal.

 

Pero también me sostiene el propósito: vivir de tal manera que, cuando llegue ese reencuentro, pueda decirle a mi hijo que hice lo mejor que pude. Que intenté ser luz, que intenté ayudar a otros, que su ausencia no me destruyó, sino que me transformó.

 

Hay días más difíciles que otros. Hay momentos en los que uno flaquea. Pero también hay instantes de paz, de gratitud, de luz. Vivir con intensidad, agradecer lo que tenemos, honrar lo que tuvimos: esa es mi forma de seguir adelante.

 

Conclusión: vivir mejor, vivir con más amor

Este camino no lo elegí, pero me ha enseñado mucho. Me ha obligado a ir hacia adentro, a reconstruirme, a entender que la vida se vive hoy, no mañana. Que el amor no se acaba con la muerte. Que honrar la vida de los que ya no están es una forma de mantenerlos presentes.

 

No tengo todas las respuestas, ni cerca estoy de eso. Pero tengo la certeza de que vale la pena intentarlo cada día. Por ellos. Por nosotros. Por lo que aún podemos construir.

Preguntas Frecuentes (FAQ)

No, no se supera y, esto hay que dejarlo bien claro, se aprende a vivir con el dolor y la ausencia. Con el tiempo, uno encuentra formas de integrarlo en su vida, de convivir con ese vacío y de seguir adelante con amor, propósito y esperanza.

 

También es muy importante saber que no todos los tiempos de las personas son iguales y eso hay que saber respetarlo.

La fe, la familia, los verdaderos amigos y el tiempo son pilares fundamentales. También ayuda dar un sentido a lo vivido, permitirse sentir, hablarlo cuando se necesite y buscar espacios de acompañamiento emocional o espiritual.

Sí, pero es una alegría diferente. No es la misma de antes, sino una que convive con el recuerdo. Aprendemos a valorar más los momentos, a agradecer lo que tenemos y a vivir con más conciencia y profundidad.

 

Recuerda que la tristeza puede también convertirse en nostalgia.

Vivir bien. Seguir adelante con amor. Hacer el bien en su nombre. Compartir tu historia para acompañar a otros. Y sobre todo, no rendirte. Honrar su vida es una forma de mantenerlo presente en todo lo que haces.

Etiquetas:

crecimiento personal, duelo emocional, esperanza, familia, fe, perdida de un hijo, resiliencia

1 comentario

Yolanda Velázquez 28 julio, 2025 - 10:24 pm

Te amo, gracias por estar en constante crecimiento, eso nos alimenta como familia a los 3 🤍🪽🤍🪽🤍🪽

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